Opinión
 
 

“Negocios son negocios”. Muchas veces hemos escuchado esta frase, probablemente tras haber atestiguado un acto de dudosa moralidad o incluso delictivo, desde “cocinar” la contabilidad, difamar a un colega, realizar fraudes o incluso atentar contra los derechos humanos. Esta frase pareciera ser un escudo que blinda de toda responsabilidad.

Esta idea de los negocios como una suerte de tierra de nadie en la que el más fuerte puede -y hasta debe- abusar de los demás es prevalente y tiene como concepción subyacente a la riqueza como un sistema de suma cero. Cuando pensamos en un médico exitoso, un profesor inspirador o un hábil ingeniero, identificamos en esa persona una vocación a mejorar la realidad a través de su oficio, y, solo como consecuencia de ello, una mejor calidad de vida para sí mismo y su familia. Al contrario, cuando pensamos en un empresario, muchas veces, la idea que surge es la de un malvado explotador, cuyo fin último es obtener mayores ganancias sin escrúpulos. Así, los negocios serían casi un mal necesario o incluso innecesario desde una mirada más radical. 

Evidentemente las malas prácticas empresariales con sus excesos, inmoralidades, pragmatismos a ultranza y cinismos son reales, y han dejado una poderosa huella en la sociedad. Incluso, las escuelas de negocio más importantes del mundo han tenido que trasladar a algunos de sus infames alumni de las portadas de revistas a casos de estudio sobre malas prácticas éticas.

Ante ello, en el 2003, se originó en la Universidad de Michigan la “positive organizational scholarship” (POS) o los estudios organizacionales positivos, que se enfocan en estudiar la excelencia, la abundancia, la virtud, es decir, lo mejor de la condición humana (Cameron et al., 2003). Así, la POS busca responder cuál es el mayor y primer bien en los negocios, ofreciendo como alternativa a la ya conocida respuesta de Friedman, la satisfacción de “las más altas aspiraciones humanas” (Cameron & Spreitzer, 2012). Aunque esto suene demasiado utópico o abstracto, la POS busca orientar a los negocios más allá del mero valor económico, centrándolos en el bien del ser humano, de la sociedad y del medio ambiente.

Más allá de esta corriente de estudios en particular, imagine una organización en la que se vive una real comunión, todos se apoyan y trabajan con un propósito noble, haciendo tanto bien como sea posible y prosperando en ese afán, sintiendo orgullo, seguridad y alegría. Quizás este escenario revertiría esa cifra trágica de 50% de colaboradores no comprometidos con su lugar de trabajo y otro 18% adicional que buscan activamente dañarlo a causa de insatisfacción (Gallup, 2021). 

Esta visión de empresa positiva descansa en un necesario giro antropológico: trascender esa mirada que reduce a la persona a una tipología psicológica, a un mero consumidor, cliente, o a un nodo en una red social, para abrazar la real complejidad y dignidad del ser humano. Así, una concepción objetivante de la persona como homo economicus (concepto de Smith, luego reducido por el utilitarismo de Mill y por el neoclasicismo) significará que las organizaciones son meras coincidencias de individuos autónomos racionalmente motivados por el interés propio, cuyas relaciones se basarán exclusivamente en transacciones en un mercado o en una jerarquía social.

No afirmo, pues, que el interés propio no pueda conducir al bien social, pero hay elementos adicionales que deben estar presentes, como el respeto al otro, relaciones mutuamente acordadas y beneficiosas (y no extractivas-abusivas), la trascendencia y la sostenibilidad, el potencial creativo y emprendedor, el deseo de comunión interpersonal y la autorrealización a través del trabajo, entre otros.

Quizás ha llegado la hora de dejar de estudiar tanto a los Bernie Madoff, Ken Lay y Elizabeth Holmes para acercarnos más a casos de éxito y testimonios inspiradores, como el de Enrique Shaw, de modo que pasemos a comprender la acción empresarial como una forma preeminente de contribuir a crear una sociedad más próspera, justa y humana. 

Aristóteles afirmaba que los seres se definen por su “causa final”, es decir, por su propósito. Así, pues, una empresa con un propósito noble que genere bien común y florecimiento humano será cuna de los buenos negocios.

Artículo publicado en la Plataforma Punto Edu de la PUCP

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